miércoles, 14 de marzo de 2018

¿La poesía sirve para vender colonias? (sobre poesía, educación poética, cultura popular, arte y artificio)


   
  Siempre me ha llamado la atención la manera tan natural en que los anglosajones suelen incluir en películas y series de televisión fragmentos poéticos o poesías completas, sin asomo alguno de pedantería o esnobismo y muy bien integradas en la trama. Por eso, no son pocos los poemas de autores ingleses y norteamericanos que he conocido a través de escenas de películas y series, y no son pocas las películas que me han llevado a interesarme por la obra de un poeta que conocía pero que jamás había tenido la curiosidad de leerlo y a dejarme acunar por la melodía de sus versos.
    Gracias, por ejemplo, a una película que se puede considerar un clásico contemporáneo, Los puentes de Madison, conocí por primera vez uno de mis poemas preferidos, The Song of Wandering Aengus, al que se aludía sutilmente en algunas escenas. Y gracias a una película hoy un tanto olvidada y que pasó sin pena ni gloria, En sus zapatos, protagonizada por Cameron Diaz, Toni Colette y Shirley McClaine y dirigida por el ya fallecido Curtis Hanson, conocí un magnífico poema de Elizabeth Bishop que hasta entonces no había leído ni escuchado, One Art, y me reencontré con un poema de e.e. cummings que ya conocía, i carry your heart with me (i carry it in my heart), pero que recuperé entonces. 
  Todo esto es una muestra irrefutable de que la educación literaria no es un proceso que se da solamente en la escuela y en las aulas y en un periodo concreto de la vida (los años escolares y de formación), sino más bien un proceso largo, más caótico y disperso de lo que parece a simple vista, y que se nutre de distintas fuentes y de distintos materiales. El cine es una de esas fuentes, y sería inútil negar que la idea de lo literario que adquieren muchas personas hoy en día proviene de sus vivencias en las salas de cine o en las salas de estar de sus casas, a través de Internet, las televisiones y de las plataformas de pago.
   Esta Navidad me llevé una sorpresa cuando escuché el mismo poema de e.e. cummings que aparecía en En sus zapatos, i carry your heart with me (i carry it in my heart), en un anuncio de Calvin Klein, en concreto el de su colonia Eternity. El anuncio era, todo hay que decirlo, un prodigio de sutileza perfectamente dirigido a un consumidor concreto (target, se diría en la jerga publicitaria) que juega con la emotividad para vender colonias, en la línea del storytelling que hoy reina por doquier en los reinos de la publicidad (denunciada por cierto hace poco por Chomsky en una entrevista en Babelia) y que ha dado a la cultura popular clásicos modernos como algunos anuncios de la lotería de Navidad de honda y un tanto tramposa emotividad. Sin más. En el anuncio, una familia inconvencionalmente bella como calculadamente birracial (Jake Gyllenhaal, una modelo afroamericana y un niño que se presenta como el hijo de ambos, por deducción lógica) se prodiga muestras de cariño mientras dos voces en off, una masculina y otra femenina, recita los versos del hermoso y muy comprensible (una cosa no está reñida con la otra, desde luego) poema de e.e.cummings. 

   
   Lo primero que pensé cuando vi este anuncio fue que en él se producía una reformulación semiótica de la poesía al ponerla al servicio de un acto en principio tan vulgar y poco ligado a lo poético como es vender colonias. Porque si la poesía es el reino del arte, tal y como lo entendería Martel, la publicidad sería el del puro artificio, en el sentido de que esta ha sido creada para obtener de su receptor una respuesta concreta y única, la compra, mientras que la primera está concebida como un mensaje plurisignificante cuya mayor aspiración es no agotarse nunca y engendrar un sinfín de reacciones e interpretaciones. En este caso, el artificio lo es aún más, en un doble sentido, ya que se trata de crear una apariencia de realidad (una familia que no existe) para que el consumidor aspiracional se fije en ella como modelo de conducta, bendecida además por el halo intemporal y arquetípico que confiere a cualquier imagen el blanco y negro. 
  Tal prodigio publicitario despierta en mí varias preguntas. ¿Cuántas personas que hayan visto el anuncio se han apresurado a bucar en google el verso más importante del poema y han pasado con ello ha descubrir el poema y de paso a e.e.cummings? ¿Cuántos se han molestado en hacerle con algún libro suyo y leerlo? Es una incógnita, desde luego, pero con que haya una sola persona que haya ido a buscar el libro en vez de a comprarse la colonia, el arte habrá triunfado sobre el artificio, o al menos se habrá puesto a su misma altura. Pero mucho me temo que de este anuncio sacarán más rédito Calvin Klein que los herederos de cummings. 
   Y, ya que nos ponemos a pensar en posibilidades y a fabular, hay otra pregunta que me surge de manera natural: ¿cuál sería la posible alternativa en España? ¿Un poema de García Lorca para un anuncio de Vittorio y Lucchino, por aquello de mantener las afinidades regionales? ¿Uno de Rosalía de Castro para una colonia de Roberto Verino o de Adolfo Domínguez, por seguir con lo mismo? ¿Salvador Espriu para vender fragancias de Puig? Cuesta imaginarlo, en principio, pero todo es posible en el arte. O en el artificio. 


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