lunes, 15 de diciembre de 2014

Un día en el mar





Carbonell, Paula (texto) y Pourchet, Marjorie (ilustración), Un día en el mar, Fraga, La Fragatina, 2014 

         Siempre es una  buena noticia ver que un autor de trayectoria más o menos consolidada es capaz de dar un salto y ofrecer una obra distinta a las anteriores, como ocurre con  Paula Carbonell y su nuevo álbum, Un día en el mar. Si bien sus dos primeras obras, El viaje de las mariposas y Buscando el norte, acusaban una clara influencia de la literatura popular que más adelante se confirmaría y quizás llegara al culmen de su poética en su versión propia del Gallito Pelón, reconocido recientemente en la lista White Ravens como uno de los álbumes más bellos publicados en 2013, su tercer libro, Un perro y un gato, que tuvimos la ocasión de reseñar en Babar hace unos años, iniciaba una vía distinta, mucho menos dependiente del cuento popular y de la influencia de la literatura tradicional, más desnuda, y con más confianza en los recursos de la propia narración sin necesidad de recurrir a las figuras de repetición. Un tipo de discurso que podríamos calificar de minimalista en la medida en que se despojaba de casi todo lo que no era estrictamente necesario para el desarrollo de la narración, lo cual, en las obras para primeros lectores, que por definición constan de poco texto y mucha ilustración, significa hablar de un adelgazamiento total.
         Sin embargo, en este nuevo libro, Un día en el mar, la autora da un giro de otro tipo, hacia un decidido lirismo. Es posible que se escribiera antes de Un perro y un gato, pues podría considerarse un texto de transición en el que no se renuncia a ciertos recursos propios de la poesía y la narrativa popular que han pasado al álbum con naturalidad (las estructuras repetitivas, por ejemplo) pero no se basa completamente en ellos el avance de la narración, en todo caso mucho menos clara aquí y más evanescente, como sí pasaba en los dos primeros álbumes. Por eso se podría ver aquí un primer paso hacia la desnudez conseguida en Un perro y un gato, este sí un libro que no acusa huella alguna de la literatura popular.
        Es cierto que en Un día en el mar se usan las estructuras basadas en la repetición anafórica de palabras clave en las secuencias de la parte central de la narración, que además figuran en negrita y de mayor tamaño (“SOS”; “Un, dos, tres…”), pero no constituyen el esqueleto de la narración; aquí hay una estructura bien construida pero mucho más difusa y sutil. Esto es así sin duda porque Un día en el mar es una muestra de lo que María del Rosario Neira Piñeiro ha llamado álbum lírico o álbum de poesía lírica, entendido como “un libro en el que se combinan imágenes impresas secuenciadas con un texto literario en verso perteneciente al género lírico, de tal modo que ambos elementos expresivos (verbal y visual) forman una unidad estética y confluyen en la construcción de sentido, dando como resultado una obra hecha de palabras e imágenes donde prima lo descriptivo, lo lúdico, la expresión de sentimientos y emociones o la representación de una visión subjetiva del mundo”. Según Neira, este tipo de texto puede dividirse en dos: libro de poemas, antología de poemas y otras tipologías semejantes, por un lado; y álbum poema, por otro lado. Este libro pertenece claramente a la segunda categoría, que se caracteriza, siempre según Neira, por los siguientes rasgos: por una parta, está constituido por un único texto literario unido a una serie de imágenes secuenciadas; por otra, las imágenes poseen una clara organización secuencial, que se construye tanto según estructuras como siguiendo la evolución de los estados de ánimo, las emociones y los pensamientos del yo poético, pero que sobre todo lo hace a través de un claro componente narrativo que facilita la secuenciación de las ilustraciones.
        Todo ello se da en Un día en el mar, que contiene una historia más evocativa que narrativa (de ahí su lirismo), y en el que se observa un uso un tanto complejo y problemático de la perspectiva narrativa, porque es un libro narrado (si este término es correcto) desde el punto de vista de la madre protagonista, pero que se podría considerar un narrador en primera persona falso testigo, pues por lógica no podría contemplar la aventura de su hija en el mar, y sin embargo no se produce un cambio de narrador durante la peripecia. Por eso podemos casi considerar a este yo más lírico que narrativo, porque es más evocativo que puramente narrativo, y porque la propia organización de la trama insinúa y la combinación entre texto e ilustración que es más un yo evocador (y, por tanto, lírico) que testigo o narrador.
       En la primera secuencia está la madre leyendo en la playa mientras María, su hija y protagonista de la historia, encuentra “Un frasco de cristal / con un mensaje / por descifrar”; a partir de ahí María empieza a nadar (o a volar, por usar la metáfora que se utiliza en el texto) y vive una aventura que la lleva a conocer una sirena (“No es una sardina, / es una sirena / en una pecera / con un escritorio / y muchas botellas”) al que un pescador hizo prisionera y agasajó con perfumes y perlas, y a la que María ayuda a escapar, aunque rechaza su ofrecimiento de quedarse con las perlas, sin duda símbolo negativo de encarcelamiento y falta de libertad, como gotas de agua muerta. En ese momento, la acción se corta bruscamente y volvemos a encontrar a la madre en escena, que vuelve a recuperar el punto de vista perdido en aras de María y la sirena (“Me gusta mirarla / mientras ella vuela”, dice de su hija). Y aquí es donde se revela el carácter tal vez metafórico y más amplio del verbo, porque volar es nadar, pero volar tal vez sea también jugar, dejar volar la imaginación y ver a María liberando a una sirena, antes de que el día acabe (“La tarde se esfuma (…) / El presente se esconde (…) / La playa vacía”) y con él la libertad de disfrutar solas del mar y de la ensoñación. Así, en este álbum hay una calculada ambigüedad en la resolución de la historia, porque ¿es todo fruto de la imaginación de la madre o es algo que de verdad le pasa a la protagonista? Da igual. Sería, por tanto, este álbum una manifestación del concepto de literatura fantástica de Todorov, basado en la ambigüedad y la doble interpretación, y a que no son ajenos clásicos de la literatura infantil como Alicia en el país de las maravillas o El mago de Oz.  
       Un texto tan altamente poético, atmosférico y evanescente como este exigía sin duda unas ilustraciones que plasmaran bien toda esta ambigüedad y el carácter evocativo de la narración. Y hay que decir que la elección de Marjorie Pourchet no ha podido ser más acertada. Si una obra literaria ilustrada ha alcanzado el éxito cuando nos cuesta imaginarla con otro tipo de ilustraciones, en este caso la ilustradora ha conseguido ese fin. Pourchet lo consigue, sobre todo, a través de un buen manejo tanto de la línea como del color. La primera le permite crear formas dinámicas que, por ejemplo, en la figura de la niña protagonista logran plasmar el movimiento y la ligereza del vuelo del que el propio texto habla, sobre todo en imágenes tan poderosas como aquella en la que María va en la cresta de la ola, amén de recrear con exactitud detallista (y un tanto surrealista) los objetos que atesora la sirena prisionera en la pecera, que se recortan ante nuestra mirada con suma claridad. El color, por su parte, se convierte sin duda en el gran recurso del álbum. La elección de colores poco saturados, muy difuminados, se alía a la perfección con una textura acuosa en todas las secuencias que casa muy bien con la atmósfera marina en que se desarrolla la historia. Además, hay una cuidadísima elección de los colores, que gira en torno a la combinación de dos colores principales: el rojo coral y el verde agua. El verde es el color marco de todas las ilustraciones, el que predomina en la plasmación del escenario playero, del agua, de la madre, de la madre. El rojo, en cambio, es el color del bañador de la protagonista, de su toalla, de varios de los objetos de la sirena y, sobre todo, de los corales que vemos combinados con nubes las guardas, los cuales funcionarán como leit motif visual de las secuencias, ya que se pueden ver en casi cada una de ella. El rojo se convierte así en el símbolo visual de la novedad y de lo inesperado, que es el verdadero tema de este álbum: cómo puede surgir lo inesperado (es decir, lo rojo) en medio de la normalidad (el verde). Al final, y no por casualidad, el cielo nublado, que en la primera secuencia y en las siguientes siempre ha sido verde, ahora tiene tonos también rojizos: es como si la magia que ha vivido María contagiase el lugar donde ha vivido su aventura, en una plasmación del mismo que remite a la proyección romántica subjetiva en el paisaje. En ese final, María, envuelta en su toalla roja (es decir, investida por la novedad y lo imaginario) mira hacia la boya amarilla donde encontró a la sirena, cuando ya está a punto de desaparecer por la parte derecha de la página, en un gesto de felicidad, de satisfacción, pero también de levísima nostalgia, mientras desde arriba su madre, que pone su mano en la cabeza de la niña, la mira con una expresión muy parecida, aunque llena de ternura. Ambas están a punto de dejar ese día mágico y volver, quizás, a la normalidad, como el lector está a punto de cerrar este libro mágico y dejar dentro “la playa vacía”, a la madre e hija, a la sirena, aunque bañado por la ola de belleza y emoción que todo buen álbum, como completa experiencia estética que es, le regala.

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