martes, 8 de julio de 2014

Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno

Vecchini, Silvia y Marcolin, Marina, Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno, Milán, Topipittori, 2014.

Si hay quien aún hoy en día se resiste a aceptar que haya una poesía infantil (arguyendo, se supone, que infantil y poesía son términos de difícil conciliación) tal vez lo haga porque en nuestra época nos hemos acostumbrado a identificar poesía con lírica (es decir, a asumir que la poesía por excelencia es la poesía lírica), y la escrita para niños suele ser más lúdica que lírica, generalmente, y hasta más épica incluso, pues es normal que incluya muchos elementos propios de la narración.
Sin embargo, algo parece estar cambiando un poco en los últimos tiempos, gracias a libros como El idioma secreto o Abecedario del cuerpo imaginario, ambos reseñados aquí en dos entradas anteriores, dos poemarios que eluden conscientemente la herencia de lo popular y optan por una poesía más lírica y evocativa, menos cerrada en su estructura y conceptos, con un ritmo más sutil; una poesía, en fin, menos lúdica, menos épica, y más lírica. Estos vientos de cambio también parecen soplar fuera del ámbito hispánico, a juzgar por un libro como este, Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno, que apuesta por el lirismo sin complejos. Pero lo más llamativo es que dicho lirismo no se desprende solo del texto, sino también de las ilustraciones, de tal manera que el poemario es en realidad una obra a dos voces en la que las imágenes y las palabras se complementan y se retroalimentan como pocas veces se ha visto en un conjunto de poemas. Tal vez por eso tenga sentido que las dos autoras del libro figuren juntas en la portada sin que se especifique a quién se deben las ilustraciones y a quién el texto, y haya que ir un poco más allá para saberlo, si bien es cierto que siempre suele figurar antes el escritor que el ilustrador, como es el caso aquí.
Cuesta imaginar este libro con unas ilustraciones hechas con otra técnica y con otro estilo, y eso es quizás uno de los mejores elogios que se le pueden hacer. Lo primero que hay que destacar de las ilustraciones es sin duda la técnica. El medio es el mensaje, ya se sabe, y en este caso el mensaje es también la técnica, porque a través de sus cualidades se comunica ya. No es lo mismo, pues, usar el collage que la acuarela, el óleo que la fotografía, el dibujo a pluma que la creación por ordenador. La acuarela tiene una cualidad acuosa, elusiva, difuminada, de ligereza, que, si no se domina bien, puede derivar en una inconsistencia absoluta, en una falta total de sustancia y de garra. Pero, si se  domina correctamente, puede dar a las ilustraciones el tono adecuado al convertir esas mismas cualidades en virtudes y no en defectos, como ocurre en este libro, donde sobre una gama de colores limitada y unos fondos claros, de colores difuminados y nada saturados, surgen figuras a veces apenas insinuadas, que en algunos casos se convierten en manchas, con apenas dependencia del dibujo previo, pero sin que nada de ello no reste un ápice de fuerza a las imágenes.  
También se sabe que, sobre todo en literatura infantil, el formato es el mensaje. Aquí el formato dice mucho, porque aúna características del álbum ilustrado con las del libro de formato convencional. Del primero tiene, por ejemplo, las tapas duras y la manera en que el texto se integra en la atmósfera que crean las ilustraciones, las cuales ocupan toda la página y, a veces, hasta dos, creando así una sensación de continuidad entre poemas. Sin embargo, a pesar de esos recursos propios del álbum, el tamaño es pequeño, como el de un libro convencional o de un poemario de adultos, sin duda porque el destinatario de estos versos no son los primeros lectores, pero también porque este tamaño crea una sensación de intimidad que se perdería sin duda con un gran formato, cuya espectacularidad nada añadiría a la propuesta conjunta de texto e imagen.   
En este sentido, también la relación con el texto es diversa, y no siempre la misma, pues se alternan pasajes en los que la ilustración se limita prácticamente a replicar el texto, por lo que estaría más cerca del libro ilustrado, junto con otros en que la complementariedad entre los versos y la imagen está más cerca de lo que se da en el álbum. Ocurre esto último, por ejemplo, en un poema deliciosamente elíptico que describe cómo la voz poética, junto con alguien más, levanta en la habitación una tienda de campaña con una colcha, pero sin mencionar en ningún momento lo que están haciendo con la palabra exacta. La ilustración, entonces, rellena ese hueco, con la imagen de una colcha alzada por un hilo. En el poema siguiente, sin embargo, la ilustración une en sí misma la realidad y la imaginación que describe el poema. En este, la voz poética habla de su juego favorito, consistente en imaginar, antes de dormirse, que es una piedra que se cubre de musgo en medio del bosque, y saberse en medio de la oscuridad, dentro de la panza del lobo sabiendo que ninguno se la comerá. La ilustración, que ocupa las dos páginas, nos muestra a una niña acurrucada cubierta de musgo. Tampoco es infrecuente que la ilustradora elija una de las metáforas del poema, como es el caso de “La scarpa in cui non entra più il piede / è (…) nido abbandonato senza ouvo” (“El zapato en el que no cabe ya el pie / es (…) un nido abandonado sin huevo”), que va acompañada de una ilustración de un nido vacío en el que quedan solo dos plumas solitarias, pero del que, a modo de referencia surrealista, cuelga un cordón de zapato. Y en algún caso se da el paso hacia lo sobrenatural y lo mágico, como, por ejemplo, en la imagen que sirve de cubierta y que acompaña a un poema sobre la lectura y el libro, en el que la voz poética se describe tumbada sobre un prado, con un libro sobre la cara, y sintiendo como el sol hace que todas las palabras se introduzcan en su interior. 
Las ilustraciones están, por lo tanto, siempre al servicio de un conjunto de poemas cuyo tema está enraizado en el imaginario infantil, ya que refleja varias experiencias de una voz poética indeterminada pero que, por algunos rasgos concretos, se podría identificar con un niño. Esta voz, empero, no se limita a contar sus experiencias, sino que intenta siempre sacar el trasunto metafórico de la cotidianidad, de manera que, sobre experiencias más bien banales y generales que todo el mundo conoce y que no tienen nada de especial, logra arrojar una mirada peculiar y personal, mediante varios recursos. En algunos poemas, son las metáforas las que consigamos que veamos la realidad más prosaica de forma trasmutada, de tal manera que taza de leche es un mar en miniatura en el que se hunde el barco de la galleta, el inicio de septiembre se ve como azúcar en el fondo de un vaso, el último tesoro del verano, o el cielo de marzo un polo bajo el cual se abren, como paraguas entre el prado, los almendros. No falta, desde luego, como suele ser habitual en los poemarios infantiles, la personificación, como tampoco está ausente la comparación, con la que se consigue el mismo efecto de relacionar dos realidades alejadas que se da en la metáfora. Destaca, a este respecto, una incursión en la metapoesía: “Quando scrivo una poesía / mi godo tutto come un ramarro / sopra al sasso (…) / e sto all’erta – gatto nel buio / dietro al topo (…)” (“Cuando escribo una poesía / disfruto como un lagarto / sobre una piedra (…) / y estoy alerta / como un gato en la oscuridad / frente a un ratón”).
No rehúye tampoco este poemario una afectividad más desligada de las cosas y más unida a los lazos personales, incluso dando entrada a los sentimientos más oscuros, como la rabia, los celos o el enfado. En este sentido, también destaca el hecho de que la voz poética suela dirigirse con cierta frecuencia a un interlocutor indeterminado, cambiante, que refleja las preferencias por una persona con la que se comparten experiencias. De ahí surgen momentos de plenitud, como cuando se dice “Con te il tempo è pane / io lo mordo, lo bevo come latte” (“Contigo el tiempo es pan / lo muerdo, lo bebo como la leche”), pero también de conflicto, en las que la voz poética, sintiéndose ignorada por el otro, que finge no verla o lleva a otra persona en su bici, se siente transparente, o incluso de fastidio, en las relaciones con los hermanos pequeños.  
No ocurre siempre que las ilustraciones se alíen con los poemas para componer el tono general que se desprende de todo el libro, y que la homogeneidad dentro de la variedad que es deseable en todo poemario venga dada como en este caso también por las imágenes, y no solo por el texto.  En estas Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno se consigue todo ello, y eso hace de este libro (elegido, por cierto, por Anna Castagnoli en su excelente blog como uno de los mejores de la feria de Bolonia de este año) un acontecimiento literario. Al final, y hechos ya todos los análisis, no queda más que decir de él que es un libro de una belleza arrebatadora, un hermoso objeto para ser visto y leído, una obra de arte de primera fila.

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